Fuimos a un restaurante muy chulo que hay cerca de mi casa, donde te sirven platos muy creativos y ricos. Me lo habían recomendado algunos amigos míos que ya estuvieron por allí y volvieron muy contentos. Además, me decían, no era nada caro.
Cuando nos sentamos, el camarero nos trajo la carta y nos tomó nota de las bebidas. Yo lo tenía claro: una cervecita fresquita, que hacía un calor tremendo. Mi pareja se pidió una cocacola. Estuvimos un segundo mirando la carta, pero empezamos a hablar y se nos olvidó por completo decidir qué queríamos comer. Así que cuando vino el camarero no teníamos nada decidido. Yo le dije que me aconsejara, así que mientras yo remiraba la carta, el chico me iba diciendo que tenían un exquisito plato de tal y también unos entrantes con muy buena pinta que podíamos acompañar con un buen vino de la Ribera del Duero.
Después de escucharlo un rato, decidí que prefería tomar sólo una ensalada y un plato de los que había en la carta, en lugar de lo que me había aconsejado. También pedí que no me trajeran vino. Seguiría con mi cerveza, que es lo que había pedido desde el principio y por ahora me venía bien. Pedí también para mi pareja algo parecido.
No habían pasado aún 15 minutos cuando llegó una pareja amiga nuestra que se sentó con nosotros para comer. Nos alegró muchísimo verlos y poder compartir esa noche con ellos, así que llamamos al chico para que tomara nota. Mis amigos se pidieron unos platos muy apetecibles, así que le dije al chico que me cambiara lo que había pedido por lo mismo que pidió mi amigo. Obviamente pensé que no sería mucha molestia. También le dije que trajera esa botella de vino. Estaría bien para compartirla entre los cuatro. El chico asintió y se fue por donde había venido.
La cena se nos hizo muy corta entre tanta charla y risas, y la comida estaba bastante buena, aunque como pedimos demasiadas cosas, muchos de los platos estaban casi llenos. ¡¡ Apenas había probado el plato principal !! Por ello cuando vino el camarero con la cuenta le pedí que nos descontara los platos que no habíamos casi probado y el porcentaje correspondiente a las sobras. El chico asintió y se fue por donde había venido.
Cuando el chico volvió a traer la cuenta, los dos hombres que habíamos en la mesa empezamos a pelearnos por pagar, como buenos machitos. Así que finalmente saqué mi cartera y comprobé que estaba tan vacía como hacía un ratillo. Pero no me preocupé demasiado. Llamé al chico y le dije que había tardado demasiado en traer los platos y que el plato principal no me había gustado nada de nada. Así que le dije que prefería no cenar allí, que cenaríamos en otro restaurante de por aquí cerca. Obviamente pensé que no habría problema. Así que nos levantamos de la mesa y nos fuimos.
Bueno... intenten hacer esto en un restaurante de verdad. ¿La moraleja? La mayoría de los profesionales tienen claras sus formas de trabajo. Y los clientes no tienen problema en aceptar estas formas de trabajo por su obviedad. Pero en el mundo del software hay mucho trabajo por hacer aún.
Aún somos ese chico que se va por donde ha venido.

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